ORIOL BOHIGAS
GENOVA, LA SUPERBA
EL PAIS, 03-10-2007
Resumí en estas mismas páginas el empuje reformador de Medellín, una ciudad que está abriendo unas operaciones urbanísticas radicales, como sostén y provocación de unos cambios sociales de gran envergadura. Es decir, confiando -como antaño, antes del pesimismo posmoderno- en la participación del urbanismo y la arquitectura en la transformación de la sociedad. Esa actitud se va extendiendo hasta ciudades de muy distinto nivel social, cultural y económico en las que se sustituye un urbanismo abstracto, cuantitativo -amparado por la entelequia a menudo inútil del Plan General- por otro urbanismo basado en los proyectos urbanos concretos con prioridad del diseño del espacio público, en la compacidad en contra de la extensión difusa, en el plurifuncionalismo en contra de la zonificación, en la limitación radical de las áreas urbanizables, en la identidad de los barrios y en los proyectos concretos como respuesta a los problemas reales. Ese urbanismo que a veces se publicita, con referencias a los ensayos de la Barcelona de la democracia posfranquista, hasta alcanzar los Juegos Olímpicos.
He estado un par de días en Génova, participando en una reunión de unos pocos arquitectos, para analizar los programas urbanísticos que propone la nueva alcaldesa Marta Vincenzi con el soporte técnico del arquitecto Renzo Piano. Las ideas generales corresponden a ese nuevo urbanismo, pero la experiencia sufre contradicciones. Es fácil poner de acuerdo a un arquitecto experimentado de Londres, otro de Nueva York y otro de Barcelona con una alcaldesa italiana progresista, en afirmar, por ejemplo, el desastre de las expansiones suburbiales que destruyen el paisaje, que dejan heridas insalvables en los barrios centrales y que perjudican económicamente a toda la ciudadanía. Pero no es tan fácil que una Administración, dependiente estatutariamente de las reglas especulativas del capitalismo y del mercado, tenga la fuerza necesaria para prohibir un gran centro comercial en la periferia, una universidad desvinculada del tejido urbano o un grupo de viviendas populares en un gueto social de un suburbio inaccesible. De todas maneras, ya es un paso importante para Génova haber explicado a los ciudadanos a través de una concurrida rueda de prensa cuál es el programa y cuáles son las ideas básicas del consistorio en cuanto al nuevo urbanismo, cuyas soluciones dependen de las ideas políticas y las decisiones de gobierno más que de las imposiciones de los promotores privados.
Génova y Medellín son dos temas muy distintos y los problemas que plantean están en diferentes niveles culturales, económicos y políticos. Pero las propuestas metodológicas en ambas ciudades son muy parecidas. No hace falta decir que las cualidades objetivas de Génova la pueden hacer mejor receptora de ese urbanismo más proyectual. No sólo se trata de baremos económicos y culturales. También aquí cuenta el valor aglutinante de la morfología. Medellín es una ciudad ilegible que debe priorizar una formalización significativa. Génova se lee precisamente por una morfología soberbia.
Se ha dicho a menudo, resumiendo las excelencias de la urbanidad italiana: "Venecia, la bella. Génova, la superba". En efecto, Génova es una ciudad soberbia y seguramente lo es -no sólo visualmente, sino en caracteres esenciales-, gracias a la insistencia de una tipología arquitectónica que ha configurado toda su morfología urbana: unos bloques residenciales de planta casi cuadrada, con patio interior, volumen casi cúbico y cubierta a cuatro vertientes, separados por callejones de servicio muy estrechos, con fachadas alineadas a la calle principal: continuidad visual y funcional de la calle, unidad compositiva del bloque, coherencia entre la escala arquitectónica y la urbanística. Pero lo más importante es que, cuando la ciudad ha superado la breve llanura marítima y ha ascendido por la falda de la montaña, esa tipología ha sido también muy útil: se ha adaptado a la pendiente con un sistema de acceso a dos niveles y ha mantenido una fortaleza arquitectónica que ha evitado las horribles salpicaduras barraquiles de la mayor parte de suburbios de Europa. Génova se puede contemplar desde el mar casi como un paisaje completo, casi como un objeto unitario sin flecos en la contaminación del paisaje.
Esta ordenación ha permitido interesantes ejercicios arquitectónicos porque a la vez ofrecía una autonomía compositiva y una referencia urbana. Así se explica el fenómeno de la Strada Nuova -seguramente la calle más bella y más soberbia de Europa- que expone el mejor catálogo de arquitectura culta entre la tradición italiana y la centroeuropea. Durante el anterior mandato municipal, el alcalde Giuseppe Pericu y el arquitecto Bruno Gabrielli iniciaron la reconstrucción en el centro histórico. Ahora se deben abordar problemas de mayor tamaño. ¿Habrá soluciones para la integración urbana del puerto y la pista elevada que lo desfigura, para rehacer el aeropuerto, para redibujar el sistema circulatorio, para reconstruir los vacíos de la ciudad?